lunes, abril 22, 2013

ROGER Y LA ARDILLA



  Roger estaba inquieto en su cama intentando conciliar el sueño. Por más vueltas y vueltas que daba, no parecía encontrar una posición que le acomodase. Dio un golpe con su puño en la almohada con todas sus fuerzas, ésta registró el vacío provocado por el impacto, pero en un momento fue recuperando su forma como si con una inspiración pudiera recobrarse de la impresión y borrarla para siempre. “No podré quedarme dormido nunca” pensó. Tomar decisiones era un paso muy importante en su vida, por primera vez sus padres le habían dejado que optase por continuar en su mismo colegio o cambiar a otro más cercano donde se habían mudado recientemente. Desde hacía dos años, él estaba deseando cambiar de colegio, no le gustaba el aula antigua llena de materiales ya obsoletos. Por otra parte, sus profesores eran casi tan antaños como lo poco que la decoraba; y los compañeros, bueno, sobre estos últimos sólo cabía decir que había de todo un poco, los típicos macarras que le hacían la vida imposible, otros que pasaban inadvertidos y un par de buenos amigos con los que disfrutaba jugando en los recreos.
    
  Desde que supo cómo eran otros colegios a través de unos nuevos amigos que conoció en su clase de karate, no pudo pensar en otra cosa más que en la idea de cambiar. Y ahora que estaba tan cerca, la incertidumbre le acechaba. “¿Cómo podré tomar una decisión adecuada?¿Cómo sabré que no me equivoco?”
  
  Roger seguía moviendo sus piernas inquietas y sus brazos agotados, hasta que finalmente el sueño le venció.

  De repente, se encontraba ante la imagen de un inmenso espacio ocupado por árboles, plantas, animales y césped, mucho césped. No recordaba cómo había llegado hasta allí, ni tampoco qué hacía en ese lugar. Sólo contemplaba los árboles altos y robustos, sus ramas felices mostraban sus primeros brotes verdes de primavera. Estaba extasiado por la enorme paz que sentía allí, los rayos de sol apuntaban directamente hacia sus ojos provocando que tuviera que entornarlos y así, medio cerrados, disfrutó del canto de los pájaros y de la suave brisa fresca que rozaba su cara.
  “Al fin me quedé dormido” pensó. En ese mismo instante, una ardilla se asomó entre las ramas del árbol situado en frente de él. “Quisiera ser una ardilla” dijo Roger en voz alta.

  • ¿Por qué quieres ser como yo? - preguntó la ardilla asombrada
  Roger quedó impactado al ver que un animal le estaba hablando, él sabía de sobra que las ardillas no hablaban, pero teniendo la seguridad de estar en un sueño, le respondió:

  • Las ardillas no tienen que tomar decisiones, simplemente vivís y punto.
  • Ja, Ja y ...Ja -replicó la ardilla burlona- me temo que sabes muy poco de ardillas mi querido amigo. Tengo que tomar grandes decisiones sobre dónde hacer mi hogar, dónde ir a buscar mi alimento y cómo evitar a los depredadores... Tengo un futuro por delante ¿sabes? Debo aparearme para perpetuar mi especie y aún no tengo compañera. Creo que ya otros se me adelantaron y ahora deberé esperar hasta la primavera siguiente.
  • ¡Vaya! -exclamó Roger estupefacto -yo pensé que esas cosas las hacíais instintivamente y que no necesitabais decidir nada.
  • Claro, claro, los humanos siempre igual, confundís todo ¿Si no tuviera que decidir nada de qué valdría mi existencia? ¿Qué más daría ser yo que otra ardilla? No amigo, te equivocas, yo también estoy en este mundo para tomar mis decisiones. Y me pregunto ¿por qué tú no quieres hacerlo?
  • Interesante -contestó Roger pensativo -Nunca había pensado en las decisiones desde esa perspectiva. Mi problema es que tengo miedo a equivocarme. Como tú, tal vez algo hiciste mal y por eso este año no encontraste pareja.
  • Amigo, amigo humano. Las decisiones siempre acarrean una consecuencia positiva y otra negativa. Lo bueno es que este año tendré más alimento para mí y podré recolectar más para el año próximo. Así estaré preparado para mi compañera y nuestros futuros descendientes. Por lo tanto no estoy preocupado, eso es algo que está destinado sólo a los humanos. Os pre-ocupáis constantemente de todo, ¡incluso antes de intentar buscar una solución al problema! Lo único que hay que hacer es coger lo positivo de cada situación a la que te enfrentas e ir solucionando los problemas según llegan. ¡Así podrás disfrutar del hermoso día que la primavera nos regala hoy!
  • Tú lo ves muy fácil, pero yo tendré que aguantar todo un curso escolar con la decisión que tome, y por más que intente solucionarlo después, no podré, tendré que esperar hasta el próximo año...  -dijo Roger abatido.
  • Toda decisión es un riesgo, amigo mío. Como te dije, si supieras qué va a ocurrir o todo estuviese así ya predeterminado ¿qué gracia tendría? ¿Dónde estaría la emoción de lo desconocido? ¿De qué experiencia aprenderías si nunca te equivocaras? Es más, el error sólo se ve error porque tú quieres verlo de esa forma. Sin embargo, en realidad no hay decisiones desacertadas, quizás menos oportunas para un determinado momento, pero si sabes aprender de ello, tal vez pueda llegar a ser una de tus mejores experiencias y un gran aprendizaje de vida.
  • Tengo miedo -admitió Roger -Muchas veces me han sucedido cosas en la vida que realmente deseaba que ocurriesen y después eso ha traído horribles consecuencias. Creo que no estoy capacitado para elegir, tal vez no deba ni desear... deseé tanto mudarme de cole y ahora...- Roger se dejó caer en el césped abatido -¡¡No sé que hacer ardilla!!
  • Por cierto, ¡qué falta de modales, mi nombre es Clark! y que conste que Superman lo copió de mí, seguramente por mi habilidad de saltar de árbol en árbol con destreza, rapidez y con un margen de error del 0,1%.
  • Jajaja -rió a carcajadas Roger, olvidándose por un instante de lo que le preocupaba y sintiéndose de nuevo como el niño que era – Mi nombre es Roger.
  • Roger, bonito nombre... pues bien, amigo Roger, tener miedo es normal, es lo que te previene de los peligros y te mantiene alerta. Si yo no tuviese miedo de las aves rapaces, seguramente no estaría atento para escapar de sus garras. Sin embargo, si el miedo hiciese que no saliera de mi hogar, moriría irremediablemente de hambre. Así pues, el miedo hay que usarlo a nuestro favor y no en contra. Por ejemplo. Usa tu miedo para escoger qué colegio te conviene mejor pero no te paralices por él ni dejes que otros lo hagan por ti, porque de esa forma nunca aprenderás. Y si “aciertas” -dijo Clark levantando sus patas simulando unas comillas con sus dedos- podrás sentirte orgulloso de tu elección y de tu valor. Por el contrario, si consideras que te equivocaste, alégrate de haber asumido el riesgo, pues otros nunca serían capaces. Mírate al espejo y di: “Soy un valiente, yo decido mi destino, arriesgo y asumo las consecuencias”
  • Aquí no veo espejos... -expresó Roger cruzando sus piernas en el césped con la ayuda de sus manos.
  • Éste es mi terreno y me lo conozco muy bien, nosotros no tenemos espejos, pero tenemos un precioso riachuelo aquí mismo que reflejará tu cara al igual que lo hace un espejo ¡Ven, acompáñame!

  Roger se levantó y siguió a su nuevo amigo Clark hasta ver el hermoso riachuelo del que le hablaba. El agua era cristalina y podía ver perfectamente cada piedra, rama, hojas y pequeños peces que se encontraban dentro de ella. Y al mismo tiempo, observaba que ésta fluía a toda prisa haciéndose hueco entre las rocas y ramas de viejos árboles caídos.


  • ¡Aquí lo tienes! -exclamó Clark- ¿no es precioso? - y sin esperar respuesta continuó – Ahora, quiero que te mires en él y repitas: “Soy un valiente, yo decido mi destino, arriesgo y asumo las consecuencias”
  Roger, sin apartar sus ojos del agua, repitió en voz casi inaudible: “Soy un valiente... yo... yo decido mi destino, arriesgo... y... y... asumo las consecuencias”


  • ¡Con más fuerza Roger, eso no hay quien se lo crea!, repite de nuevo conmigo, en voz alta: “¡Soy un valiente, yo decido mi destino, arriesgo y asumo las consecuencias!”
  • ¡Soy un valiente, yo decido mi destino, arriesgo y asumo las consecuencias! -repitieron a coro - ¡Soy un valiente, yo decido mi destino, arriesgo y asumo las consecuencias!

  Roger y Clark estaban tan emocionados que repetían una y otra vez la misma frase, cada vez más fuerte, con voz más clara y profunda, tanto, que no escuchaban las risas que procedían del otro lado del riachuelo.


  • Cua, cua, cua, cua, cua, ¡vaya pardillos! cua, cua, cua, cua -seguía riéndose un grupo de patos que habían acudido a refrescarse en aquellas aguas.
  • ¿Y vosotros de qué os reís? -preguntó con enfado Clark al descubrir la pandilla de maleducados patos.
  • ¿Estáis en un grupo de autoayuda? ¡Yo soy fuerte, soy poderoso, yo me amo! -dijo uno de los patos inflando sus plumas burlonamente.
  • ¡Pues tal vez tú lo necesites en un futuro con ese pico tan largo que tienes! - replicó furioso Roger.

  El pato buscó su reflejo en el riachuelo y seguidamente miró a sus compañeros y quedó espantado, movió sus brazos alados en un fallido intento de ocultar su prolongado pico. Sus amigos se miraron y en la comparación estuvieron de acuerdo con la observación de Roger. Señalando a su amigo comenzaron a reírse de nuevo: “cua, cua, cua, cua... cua, cua, cua, cua, el humano tiene razón, cua, cua, cua” El pato avergonzado sumergió su cabeza en el agua y nadó rio abajo. El resto del grupo se quedó mirándolo hasta que éste desapareció.


  • ¿Os parece bonito? -preguntó Clark -habéis perdido un amigo por tontos. Todos somos diferentes. Tú -dijo señalando a uno de los patos- el que está junto a la margarita, tienes una pata más corta que otra. Y tú -dijo señalando a otro del grupo- ¡chistoso! ¿no te has fijado en el color de tus plumas? es más clara que la del resto... ¿Queréis que siga?
     -dijo amenazante Clark -Buscad a vuestro amigo “par-di-llos” -dijo imitando los gestos de ellos mientras pronunciaba esta última palabra, moviendo su cola con rápidos movimientos y con sus manos en las caderas.
  El grupo de patos se zambulló en el riachuelo y desaparecieron a golpe de pata.

  • Ji,ji,ji,ji, ¡bravo, bravo! -clamó una ardilla desde la copa de un árbol cercano- ¡Habéis estado estupendos chicos!
  • Gracias – murmuró Clark sonrojándose al ver la hermosa ardilla sonriente que entusiasmada aplaudía desde lo alto.
  • Eres muy valiente ardillita, buena lección que les habéis dado -dijo ella sin perder la sonrisa. Mientras, el corazón de Clark latía más y más fuerte mirando las pestañas largas de ella que se abrían y cerraban de forma rápida y rítmica, como quien se abanica tímida y nerviosamente. La lengua de él se paralizó y Roger, que se percató de ello, salió al rescate de su amigo.
  • Hola, me llamo Roger y él es mi buen amigo Clark, bueno, en realidad nos acabamos de conocer, pero es la ardilla más inteligente que he conocido nunca, ¡un gran amigo sin duda! alguien con quien pasar toda una vida... -miró a Clark y le guiñó un ojo
  • Ji,ji,ji,ji -rió tímidamente ella- Mi nombre es Lois ¡encantada de conoceros!
  • Lois -repitió Clark hipnotizado- no puedo creerlo... ¿no serás reportera verdad?
  • Ji,ji,ji – Lois se sonrojó e intentó ocultarlo con sus manos, soltándose así de la rama a la que estaba sujeta. Caía al vacío irremediablemente cuando Clark de forma casi milagrosa pareció llegar hasta ella volando y la refugió en sus brazos.

  El cacareo del despertador sonaba cada vez más fuerte, Roger abrió sus ojos y al descubrir que estaba en su habitación, volvió a cerrarlos, quería regresar al sueño y ver qué ocurría después. Además, aún tenía más preguntas para Clark.


  • Roger, hijo, apaga ese ruido que vas a despertar a tu hermana – Y acercándose a la cama de éste, comenzó a acariciarle la cara – despierta, despierta – le susurró su madre– parece que estás agotado, ¿no dormiste bien?
  • Me costó mucho dormirme anoche mamá, aún no sabía si cambiar de “cole” o no.
  • ¿Y ya tomaste una decisión?
  • Sí, creo que sí, pero...
  • ¿Pero qué?
  • Esta noche he tenido un sueño muy extraño. Estaba en un campo y una ardilla me hablaba y me dio buenos consejos, pero tengo que volver a dormir mamá, aún me falta otra pregunta que hacerle.
  • ¿Puedes hacérmela a mí? Tal vez yo pueda ayudarte -le dijo su madre con ternura.
  • Pues... verás, he optado por arriesgarme y voy a cambiar de colegio. Pero después, aunque esa sea la decisión más acertada y lo mejor para mí, ¿echaré de menos a mis amigos? Y si es así... ¿cómo podré ser feliz con esa elección sabiendo que no los veré más?
  Su madre se quedó sorprendida al escuchar estas palabras de boca de su hijo. Podía observar en él cómo había madurado mucho en poco tiempo y se sintió profundamente orgullosa.


  • Hijo, todas nuestras decisiones acarrean una consecuencia positiva y otra negativa.
  • ¡Eso mismo me dijo la ardilla! -interrumpió Roger.
  • Ardilla lista -refutó su madre con una amplia sonrisa- Lo que quiero decirte hijo, es que es cierto que echarás de menos a tus antiguos amigos, pero aunque los vayas a ver menos no implica que dejes de verles y aunque así fuera nunca dejarán de ser tus amigos, porque los amigos de verdad están siempre con nosotros pase lo que pase. Yo quisiera liberarte de la pena que eso te provoca, pero estoy segura de que en el nuevo colegio encontrarás nuevas amistades y motivos para sentirte contento de tu elección. Además, estarás muy cerca de casa y podrás ir en bici como tú querías. Serán muchos cambios, yo también estoy asustada.
  • Pues no tengas mucho miedo mamá, sólo un poco para estar alerta de los peligros, pero no mucho que sino nos quedamos paralizados y nuestra vida no sigue.
  • Ja, ja, ja ¿quién te ha enseñado eso?
  • ¡La ardilla mamá! ¿o debería decir el ardillo? Era muy listo, me gustaría que lo hubieses conocido.
  • ¿Ah sí? -preguntó su madre sin dejar de sonreír – háblame más de tu amigo “el ardillo”.

  Y así se quedaron una hora y media hablando, Roger aún con el pijama puesto, sentado sobre la almohada de su cama y su madre, recostada a su lado, escuchando sorprendida la asombrosa historia de una super ardilla llamada Clark y su nueva compañera llamada Lois.  

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