jueves, noviembre 29, 2012

MI GOTITA DE ROCÍO


"¡He perdido mi gotita de rocío!, dice la flor al cielo del amanecer, que ha perdido todas sus estrellas"

   Te veo, estás ahí recostada con tu pequeño torso completamente estirado. Podría sostenerte con una mano y no notaría peso alguno. Sigues ahí, dejando penetrar los rayos de sol en tu cuerpo. Miro tu cara, sólo hay tranquilidad y sosiego. Tu respiración es tranquila, lenta y pausada sólo interrumpida por bruscos aunque breves resoplidos. En estos momentos, me relajo tumbada junto a ti, tocando tu cuerpo, suave y tierno. Eres preciosa y no lo sabes. Si quiero sacarte de tu estupor, únicamente necesito dirigirme hacia tu correa, primero mueves las orejas para captar el sonido, después te incorporas rápidamente y sin esfuerzo. Siempre alerta, preparada, lista para nuestros paseos. Tu cola recortada, a penas del tamaño de mi dedo gordo, se mueve ágilmente de un lado a otro, sin cesar, y la excitación no te deja quedarte quieta ante mi orden.
   Es cierto que no te gusta mucho pasear sin una manada, desde que somos tú y yo los paseos no se te antojan tan gratificantes. Sin embargo, si quiero verte feliz, sólo tengo que llevarte al campo y soltarte, tú inmediatamente echas a correr, te siento libre, es tu terreno, lo dominas. Si pasase un conejo a tu lado se confundiría contigo, porque eres tan graciosa y ágil como uno de ellos. Nunca me cansaré de mirarte. Parece increíble lo que me cuesta hacerte arrancar a andar cuando atraviesas el umbral de la puerta y cumples con tu obligada evacuación inminente, porque después, cuando estás libre, no hay quien te retenga, corres sin cesar sabiendo que yo no podré alcanzarte, te paras al verme lejos y me engañas haciéndome creer que esta vez te cogeré. Pero me equivoco, me agacho hacia ti y te lanzas a la carrera nuevamente. He de decir que ésto me desespera un poco. Sin embargo, en cuanto me pongo seria, tu te quedas tumbada, sumisa, esperando que te coloque tu cuerda, protestando a la hora del regreso. Me encanta cuando te sientas y usas tu resistencia pasiva, me hace gracia y pierdo toda mi autoridad, dándote a ti el poder, pero no me puedo resistir a tus encantos, no quiero... Finalmente, te cojo en mis brazos y voy besando tu cuello, adoro notar tu pelo suave y la temperatura de tu cuerpo, replicas intentando corresponderme con sorpresivos lametones en mi cara, pero yo, no te dejo.
   Recuerdo el primer día que te vi, toda negrita, apenas del tamaño de mi mano. En la cesta estabas con tu madre, tu padre también venía. Eran dos ejemplares yorkshire de pura raza, ambos con un pelo brillante lacio y largo hasta el suelo. Tu padre color marrón fuego y negro, tu madre plateada y negra. Ella era preciosa. Yo te miraba a ti, con ese color azul marino intenso, tan poca cosa... temblabas en la mano de una extraña, yo hubiese preferido en ese momento haberme llevado a tu madre conmigo. Nunca imaginé en que tú te convertirías en algo tan bello, aunque debo reconocer que te pareces mucho a ella, tu cara es especialmente bonita. Fuiste un cachorro especial, nunca gemiste, viniste a mí con una manta y un peluche con el olor de ellos, estuviste 24 horas metida en una casa que yo te compré, especial para ti, no saliste hasta que aceptaste que tu vida sería otra a partir de aquel día. Te dí muchos caprichos y te he malcriado, es cierto, pero tú me devolviste el favor con gratitud, sin morder un solo mueble, ni mis zapatillas de andar por casa con las que tanto te gustaba jugar. Te perdonaré los mordiscos en las esquinas de las paredes, sabes que no puedo enfadarme contigo.
   Todo este tiempo juntas ha hecho que nos entendamos aunque no usemos un mismo lenguaje, sólo con tus gestos y ladridos puedo saber qué me pides, al igual que tú, no necesitas más que sentirme para saber cómo me encuentro. Cuando somos invitadas en alguna casa, si vas al baño y ladras ya sé que lo que quieres es pedirme agua. Por el contrario, si entras en alguna habitación y ladras es porque has visto algún peluche. Siempre piensas que todos los peluches son para ti. Te encanta ir tras ellos, morderlos, por suerte nunca los dañas porque tus dientes no se hicieron para morder, creo que tampoco los usas para comer, especialmente los días en que tenemos pollo o jamón en casa, los devoras como si nunca hubieses comido, tu dentadura se pregunta qué pasó con la carne cuando tú, con un movimiento rápido de lengua, la depositas como obra milagrosa al fondo de tu garganta. Si no fuese por el tamaño de tu boca nunca se me ocurriría darte de comer con la mano.
   Vuelvo a mirarte, cambias de postura y acercas tu cuerpo al mío buscando calor, escarbas con tu pequeña pata en mi albornoz, es la señal de que tienes frío y quieres que te albergue dentro. Tu desapareces introduciendo primero tu cabeza y con movimientos de ésta, te vas haciendo hueco sumergiéndote dentro (en estos momentos pareces un topo), ahora la acomodas haciendo un barrido con ella hasta que queda mullida como si mi brazo fuera su almohada y dejas yacer tu cuerpo junto a mi pecho, haces una respiración profunda y vuelves a quedarte dormida en un instante. Siempre he envidiado esa forma de poder quedarte en sueño profundo de forma tan inmediata, eso es señal de tu paz interior y de que no necesitas nada más para disfrutar del presente.
   Yo también me quedo dormida.

  Veo mucha niebla, a penas puedo vislumbrar mis pasos, sólo continúo andando porque sé que no puedo retroceder, una fuerza invisible me empuja a seguir andando hacia delante, hago esfuerzos por volver atrás o quedar suspendida en el tiempo. Enfoco mi mirada hacia el camino recorrido, es el único que puedo vislumbrar con algo de claridad. Veo los senderos que se bifurcan y aquellos que opté por no recorrer. Pero ni con la distancia consigo ver aquellos no transitados, ¿cuál hubiese sido la mejor opción? me pregunto. Veo aquellos que pisé, sus obstáculos y los baches que encontré. Ahora sé lo fácil que hubiese sido evitar algunos, con un pequeño salto aquí, una desviación por allá... y nada hubiese sucedido. "Sólo quien se equivoca puede ir aprendiendo" me dice una voz que no sé de dónde proviene, desvirtuando la frase de algún sabio seguramente, "pues yo he aprendido mucho ya" respondo al vacío cansada y triste.
   En esos momento me percato de que ando sola y recuerdo todo lo sucedido. Antes me acompañabas, ibas junto a mi, pero ahora ¿que ha pasado? sé que ha sido duro estar a mi lado estos últimos tiempos, pero yo intentaba allanarte el paso, quitaba piedras y procuraba estar alerta y prevenir los peligros. Ahora he aprendido que no todo es suficiente. Tu solías caminar a mis espaldas y cuando te sentías segura avanzabas corriendo adelantándome, ¡cómo disfrutaba observando tu felicidad que luego hacía yo mía! Tus movimientos graciosos, esos pequeños saltos y esas enormes carreras. Ahora este viaje, mi viaje, no será lo mismo. Voy a echarte mucho de menos, en cada paso y en cada parte del recorrido en que yo te alzaba en mis brazos, rebosando felicidad... quiero volver a sentirte.
   Seguía yo en estos pensamientos y en otros, inconsciente de estar en un sueño, enfrascada en la lucha de seguir avanzando, lentamente, una pierna ahora, después la siguiente y cada vez era más duro continuar.

   Me despertó el sonido de una campana. Un perro en la calle estaba ladrando. Te busqué por la habitación, no estabas. Entonces recordé aquella hora, aquella maldita tarde en que el perro no ladró, aulló, quizás porque tú viniste a mi encuentro y no pude verlo o simplemente tuvo el mismo mal presentimiento que yo. Aquella tarde que corrí a tu encuentro sólo vi tu cuerpo, se sacudía, pero tú no estabas. Creo q regresaste cuando ya tu corazón no latía. Estabas relajada, tranquila, suave y aún caliente. Me sentí aliviada porque acabó tu sufrimiento aunque fuese el comienzo del mio.
   He perdido mi gotita de rocío, tú eras mi toque fresco, mi alegría, mi motivo. Ahora sólo me queda contemplar este amanecer que ha perdido todas sus estrellas.
   Siempre recordaré aquel día en que regresábamos a España, tú volaste en primera clase, tenías todo cuanto podías necesitar: comida, agua, una manta y espacio suficiente para ir durmiendo a pata suelta. Cuando comenzaron las maniobras para el aterrizaje en Madrid, tú mirabas por la ventanilla conmigo. Fuiste una perrita privilegiada, no creo que muchos canes lo hayan presenciado. Estabas curiosa, observando fijamente la tierra, intentando dar sentido a las imágenes, estabas tranquila y ni el brusco movimiento que provocó el avión al aterrizar te desconcentró de tu tarea. Me ayudaste mucho en ese vuelo, yo me estaba apartando de lo que más quería, tragándome cada lágrima que no quería derramar y tú me demostraste lo bello que es vivir el presente. 

   Te fuiste igual que llegaste a mi, con tu manta cubriendo tu cuerpo aunque no tu cabeza (como te gustaba hacerte la persona conmigo) y tu peluche entre tus patas, el mismo con el que te entregaron a mi, el que te ha acompañado todo el viaje y lo seguirá haciendo sea cual sea el que te espera ahora. Si hay cielo para perros, espérame allí. Deseo que conozcas a mi antigua mascota, no te asustes, deja que te huela y juega con él. Él se fue siendo muy mayor, pero estoy segura de que querrá echar unas carreras contigo.

   Tres años, dos kilos ciento cincuenta gramos, una yorkshire de pura raza y cientos de fotos. Éste ha sido tu paso por este mundo, aunque tienes que saber que lo intangible, las experiencias de toda persona quien te quiso y disfrutó de tu compañía, no se olvida. Leí una vez que "si un escritor se enamora de ti nunca morirás. Permanecerás vivo durante mucho tiempo, a través de las hojas en donde el escritor te recordó". No creo que pueda llamarme escritora y no estaba enamorada de ti; pero te quería mucho. Y así, escribiéndote a ti y al mundo, compensaré el fallo injusto de tu vida tan corta, recordándote de esta forma por muchos años, incluso superando los que yo viva. Siempre que mi palabra impresa permanezca y algún lector agradezca haberse topado con nuestra historia.

domingo, noviembre 04, 2012

CARTA DE AUXILIO




  Tic tac, tic tac, tic tac, el reloj siempre está ahí, recordándonos el paso del tiempo, sin dejar escapar los segundos, marcando los minutos y sentenciándonos con la hora. El tiempo lo forzamos a convertirse en algo físico, pero por más que tengamos ese objeto maquiavélico que nos indica la hora del día, sabemos y debemos recordar que eso no es real, al menos para nuestro cerebro, el cual procesa éste a su antojo, haciendo del momento feliz una estrella fugaz y del no tan bueno una eterna amargura. Y es precisamente en ese instante cuando más parece que escuchamos el tic tac del reloj.
Aquí, en un cuarto sombrío, en un día gris de otoño, escenario perfecto para un soneto a la melancolía, estoy yo, escribiéndote a ti, para que salgas de tu pozo, para que veas la luz y resuelvas aquello que crees que no tiene solución.  Para un viejo como yo, que he vivido de todo un poco, el tiempo ha perdido ya la capacidad de asustarme, ya no es mi enemigo sino mi aliado. Es verdad que no he llegado a hacer todo lo que me gustaría haber hecho y que he pasado por diferentes desencuentros, pérdidas, decepciones y he trabajado duro por mi familia que además es la tuya. Pero también he amado, reído y disfrutado.
  Ahora, estoy yo solo en mi modesto hogar, ya no tengo nada por lo que preocuparme, porque ya se supone que no debo ocuparme de nada y recibo tu "carta de auxilio" como tu misma la has querido llamar... ¡ay! mi querida nieta, es verdad que los tiempos han cambiado, que apenas puedo comprender lo complejas que se han vuelto las cosas. Pero de algo estoy convencido y es de que por mucho que cambie todo, debes seguir siendo fiel a ti misma, busca en tu interior, no te centres en ese problema concreto, pon tu mirada en algo más grande porque ¡no somos más que una pequeña mota de polvo, querida! y nada en esta vida hay que el tiempo no se encargue de llevar o archivar, deja eso que tanto te preocupa escrito en un avión de papel y lánzalo para que se lo lleve el viento. Sonríe como tú sabes, sal, disfruta, ama, viaja, haz todo cuando puedas y quieras, no dejes de hacer por temor al qué dirán o no atreverte, porque el miedo siempre será más peligroso que aquello a lo que te tengas que enfrentar.
  Y cuando creas que te faltan fuerzas, piensa en mí, en este viejo solo en su sofá, encantado de que lleguen estos días lluviosos para leer el periódico que tanto odias, mientras bebo mi copita de vino y me abrigo con el calor del brasero que tú ahora añoras. Ya el miedo al paso del reloj no me impide disfrutar de estos momentos, ahora que no debo hacer nada es cuando lo estoy haciendo todo. Si no hubiese vivido tanto, con todo lo que la vida conlleva no podría apreciar estos buenos momentos. Me llena de orgullo que aún confíes en mí para contarme tus secretos, es la recompensa de mi vida y la promesa de la tuya.
  Todo irá bien, quítate de la muñeca el reloj que tanto te oprime y vive tu presente porque no existe otro tiempo. Recuerda siempre, Ahora es tu momento de ser feliz.
  Con mucho amor. Tu abuelo.