lunes, octubre 22, 2012

Eleftheria Arvanitaki "To Parapono/ I Xenitia"


  Ella se agachó y tocó el terreno donde hacía un año había esparcido las cenizas de su esposo, su amante, su compañero. Tomó un puñado de arena entre sus manos y lo atrajo hacia sí para poder oler su perfume. En una inhalación, sus pulmones alcanzaron el máximo de su capacidad y exhalando dejó caer la arena de entre sus dedos, depositando así su mensaje de amor.
  Hundió sus rodillas en el suelo y después le siguió su cuerpo, una vez en la tierra rodó hasta quedar boca arriba y así poder observar el cielo azul y profundo, como los ojos de él, aquellos ojos que tanto añoraba. Aún recordaba haberse perdido en ellos, todavía era capaz de evocar la sensación de sus manos, tocándola, la presión de su cuerpo sobre el suyo, el deseo, el tacto de sus labios, su boca contra la de ella, su aliento. Fue en este mismo lugar donde ambos se habían entregado tantas veces y donde él pidió descansar para siempre. Las lágrimas de ella cayeron a su encuentro.
  Aún con sus ojos húmedos giró su cabeza hacia la costa, azul y blanca. Blancas, las paredes de los edificios y azul el mar, que se confundía con el azulado cielo. Azules las puertas de las casas y las cúpulas de las iglesias. Azul, azul y blanco, fotogramas que se repetían incansablemente en su cabeza. Su bandera, su mirada azul y su blanco halo. 
  Hizo un rápido recorrido por las calles que tantas veces transitó junto a él y ¡cuántas más volvería a hacerlo ahora sola! pensó. Hubiese deseado quedarse allí para siempre, pero éste era su adiós y su comienzo. Se incorporó lentamente y una vez de pie alzó sus brazos hacia el cielo. Le dio las gracias por todo lo que había recibido, por todo su amor y los recuerdos.
  Y nuevamente dirigió su mirada hacia la costa pero en dirección al mar, profundo e infinito, salvaje y desconocido, como su futuro. Sintió como una mano agarraba suavemente la suya y seguidamente un beso. Así se despedía él siempre de ella.
  Y sonrió, echó a correr por la cima de la montaña volcánica donde se encontraba mientras el aire puro penetraba en sus pulmones y se extendía envolviendo cada célula de su cuerpo. Su corazón latía y latía cada vez más fuerte, hasta parar justo en el comienzo del camino que le llevaba una vez más a su hogar.
  Recuperó su ritmo y el aliento pero sin perder la sonrisa, mirando atrás, dijo “Adiós”.

2 comentarios:

  1. Me ha gustado como lo has abordado; melancolía y esperanza, despedida y bienvenida. Buen toque. La foto, buena elección. ;)

    ResponderEliminar
  2. joer nena, que hasta se me han mojao los ojos con el 'adios'.
    ¡Qué fuerza!
    Y sincronización total con la canción. Hasta el adiós final!

    ResponderEliminar